sábado, 1 de diciembre de 2007

¡Ay, Dios!


Que me ha entrao un pesar o un no sé qué... un malestar o una emoción, que ambas cosas son lo mismo, porque no hay nada como la impasibilidad del sabio, pero ese no es mi estado hoy, que he acudido a la cita después de casi 40 años para volver a encontrarme con esa persona... Estas cosas sólo debieran pasar en las películas, pero no, ha sido real: yo estaba allí, esperando... y llegó. Y me dolió tanto ese momento que inmediatamente pensé: "sólo hoy y nunca más". Charlamos. -"Qué bien te encuentro", "estás fenomenal", etc. Trivialidades. Mientras, intentaba no recordar lo que me había sucedido a lo largo de esos casi 40 años... Parecía un momento "de muerte", agonizaba y semi recordaba, y quería salir de aquella estación, que se marchara en su dichoso tren, porque los escasos 20 minutos que duraría el reencuentro se me estaban haciendo la eternidad. ¿Puede pesar tanto la alegría? Me cogió del brazo y ¡hala! a correr y a soltar palabras con que rellenar los instantes, el tránsito hacia su siguiente viaje. Parecía todo tan fácil... pero yo temía decir cualquier barbaridad que lo estropease todo porque había perdido el "control del diccionario", me acordaba de tanto y de nada, padecía bloqueo mental, sentía que me moriría si aquello se prolongaba. ¿Después de casi 40 años se puede decir: "qué bien te encuentro", estás fenomenal?"
Contradicción: Quisiera quedar, que quedásemos una vez más... aunque solamente fuera para comprobar si este estado de bobería en que me ha dejado es producto de la emoción "porque ya estoy tan mayor..." ¡Ay, Dios! Te doy gracias, pero no me "remuevas". Es muy verdad que me inunda la alegría, pero no me "ahogues". Amén.

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