sábado, 30 de enero de 2010

Alabando, alabaré

Si cada uno de nosotros confesara su deseo más secreto, el que inspira todos sus proyectos y todos sus actos, diría: "Quiero que me alaben". Nadie se atreverá a ello, pues es menos deshonroso cometer una iniquidad que proclamar una debilidad tan lastimosa y humillante, debida a un sentimiento de soledad e inseguridad que padecen, con la misma intensidad, los rechazados y los afortunados. Nadie está seguro de lo que es ni de lo que hace. Por imbuidos que estemos de nuestros méritos, la inquietud nos consume y, para vencerla, estamos deseosos de que se nos engañe, de recibir la aprobación venga de donde y de quien viniere. El observador descubre visos de súplica en la mirada de quienquiera que haya terminado una empresa o una obra o se entregue simplemente a algún tipo de actividad, sea la que fuere. Se trata de una dolencia universal y, si Dios parece inmune a ella, es porque, una vez acabada la Creación, no podía esperar alabanzas, por falta de testigos. Cierto es que se las concedió a Sí Mismo, ¡y al final de cada día!

2 comentarios:

ElennitA dijo...

hola! y claro, totalmente de acuerdo contigo, casi siempre hacemos cosas (yo hago cosas) unicamente para recibir el reconocimiento de la gente con que convivo.... pero lo peor de todo es caer en los extremos...

un abrazo desde méxico!

animo en tu lucha!

Dyas dijo...

Indeed! Lo peor es vivir por y para el reconocimiento de nuestros supuestos "méritos", en vez de cumplir con nuestro deber y bien al margen de lo que podamos gustar o dejar de gustar. No es fácil...
¿Puedes figurarte que por esta entrada hay uno que se ha borrado de mis seguidores?
¿Se habrá "reconocido" o no habrá entendido nada?
Un abrazo, Elenita.