jueves, 10 de junio de 2010

¡Hogar, dulce hogar?


Una habitación propia con cerrojo y 500 libras al año. Esto es lo que, en 1928, pensaba Virginia Woolf que necesitaban las mujeres para poder escribir buenas novelas.
Ahora, tanto mujeres como hombres dicen necesitar “un espacio” en el hogar donde poder aislarse. Porque todo el tiempo viéndose las caras no hay quien lo aguante. Y eso se comprende. El hombre de clase media, por lo general, siempre y de toda la vida ha procurado consagrar una habitación de su casa para convertirla en “su despacho”, le fuera éste necesario -profesionalmente hablando- o no, su cuarto para hacer bricolaje y/o navegar por Internet, etc. También es moda para ellos pasar el rato de aislamiento en el garaje del chalé o en la bodeguilla que algunos construyen. La mujer, hasta ahora, se ha conformado relegándose a cualquier sitio, y/o relajándose en el “cuarto de la plancha”, p. ej. Aunque no todas, las más afortunadas también dedican una habitación entera para sí mismas, para encerrarse a ratos –una de mis tías lo hacía para tocar el piano-, que es muy importante hacer lo que les venga en gana en soledad. Claro que todo es una cuestión de espacio. O lo tienes o no lo tienes, y éste cada vez es más escaso.
Pero lo chocante es lo que me ha contado una mujer que vive en EE.UU.
Ella y su marido, ambos católicos, decidieron casarse pero no compartir la misma casa, aunque sí edificio, de tal manera que ella vive en un amplio tercer piso y su cónyuge en el quinto, igualmente holgado. Se llevan fenomenal, se aman muchísimo, pero no les es suficiente lo de la habitaciones propias, pues, según ellos y al parecer para una buen número de parejas estadounidenses, la cuestión crucial para la felicidad matrimonial es que cada cual tenga no ya su propio espacio, sino su propia casa, y, por supuesto, vivan cada uno en la suya, decorada a su gusto. Y como necesitan esta clase de independencia, les parece insuficiente hasta compartir la misma planta, no, esto sería demasiado cerca, algo expuesto. ¡El ascensor resulta imprescindible!
¿No es un concepto de “hogar” harto novedoso por no decir muy raro? Estos tienen 2 hijos en común, repartidos, el mayor vive con el padre y el menor con la madre. Por supuesto, pasan muchos ratos todos juntos y es frecuente que el padre duerma en casa de la madre o viceversa.
Cuando me lo contó, asegurándome que mucha gente de por allí viven así el matrimonio, no por desamor, sino por necesidad de guardar la respectiva intimidad…, ciertamente, me pareció paradójico, apenas lo entendí.
¿Tú lo entiendes?
Como decía el Guerra, hay gente pa tó.

2 comentarios:

Amelia dijo...

Te refieres a lo de vivir en casas separadas, Javier y yo soñábamos con eso incluso antes de casarnos, pero a nosotros nos hubiera gustado dos casas separadas pero unidas por una puerta que se pudiera tener abierta o cerrada a voluntad, asi que si, estoy totalmente de acuerdo con esa forma de vida, ah y si las casas son grandes mejor que mejor.

Dyas dijo...

Esta mujer que hablaba conmigo me decía que lo mejor era sin esa puerta comunicante que dices tú, porque, según ella, si vives en la misma planta y recibes a amigas-os o gente que no le gustase mucho al marido o a ella, las visitas podrían ser controladas, hasta sin querer, por la mirilla… o que podría darse escuchar a las visitas al llegar... y que la independencia es más real si la distancia entre casas es mayor. En fin... ¡caprichos de ricos!
Caro es comprar un piso..., así que ¡cómprate dos!